¿Es verdad que una imagen…?

Los objetos de los que nos rodeamos dicen mucho de nosotros. Desde los simples juguetes de quienes transitamos la infancia antes de la revolución digital hasta los complejos dispositivos que la moda pone en nuestras manos, casi sin el concurso de nuestra voluntad, un mundo de cosas convive con nosotros, da forma a nuestros gustos y orienta nuestra forma de ver. Los objetos no son presencias neutras, fragmentos de una actividad sin propósito ni accidentes de la materia: son el reflejo tangible de las fuerzas sociales más profundas que evolucionan a nuestras espaldas. Esta botella de refresco “energizante” con forma de granada tal vez diga más de nuestra civilización que mil palabras, si el refrán chino es cierto.

(foto tomada de boingboing, fuente inagotable de sorpresas).

Juegos que juega la gente

 

Hace apenas unos años los juegos de video primero, y las “estaciones dedicadas” tipo Nintendo o PlayStation, más avanzadas, presentaron al mundo y especialmente a los niños, una forma nueva de entretenimiento que a la vez, se podía exhibir como un signo de estatus social. Pocos niños de las clases medias crecieron en la última década sin estos aparatos, hoy casi desplazados por los PDA y los celulares. Recientemente se ha cruzado una peligrosa frontera y lo que hasta hace poco era fuente de diversión se está convirtiendo en algo completamente nuevo. Desde Wolfengitmo, donde se puede jugar a escapar de los perros de la prisión de Guantánamo y ser golpeado por soldados norteamericanos, o la lista de juegos que se puede encontrar en este sitio y que se anuncian abiertamente como  “juegos racistas”, estamos ante el uso de los medios digitales para la constitución deliberada de una sensibilidad criminal.

Baquero y la ciudad oculta

Foto de Orlando Baquero

El día de ayer asistimos a una muestra fotográfica de Orlando Baquero, en las instalaciones de la Librería Kuai Mare, en el Centro Comercial Camoruco. La obra de Baquero es una reflexión sobre la ciudad de Valencia, inspirada en la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Una técnica de alta factura, conducida por una sensibilidad poco usual en una persona tan joven, ha producido un trabajo de intensa originalidad, de profundo misterio, de sorprendentes descubrimientos. Después de la exposición, caminamos por algunos de los lugares fotografiados y nos dimos cuenta de que ya no son los mismos, que la magia de la visión fotográfica ha revelado para nosotros una dimensión luminosa, casi mágica, de los lugares que la pereza mental o la rutina de lo cotidiano nos ha ido enseñando a olvidar. El trabajo de Baquero no es solo un ejercicio de la mirada: Es, por encima de todo, una afirmación de la memoria.