Ha fallecido José Joaquín Burgos, conocido afectuosamente como «Pepo», cronista de Valencia, poeta extraordinario, ciudadano ejemplar en todos los sentidos y amigo del alma. ¿Qué puede uno decir ante un hecho tan definitivo y terrible, el hecho de que ya no podremos hablar con él, sentir su presencia, escuchar sus palabras? Pudiera, por ejemplo, hablar de su bondad, de su don de gentes o de su generosidad, entre sus muchas virtudes, pero no diría nada nuevo, ya que todos quienes lo conocieron, desde aquellos trabajadores del metro que cada mañana lo saludaban, pasando por los periodistas y escritores con quienes, en función de su trabajo, conversaban a diario con él, hasta aquellos que tuvimos la fortuna de tener un trato más íntimo, conocieron estas cualidades.
No hay persona honesta que pueda señalar en Burgos un rasgo mezquino, un atisbo de injusticia o hasta un gesto de descortesía. Burgos fue un perfecto caballero, un señor de las letras, un amigo irremplazable; lo digo desde el corazón, a sabiendas de que estoy incurriendo en lugares comunes, en frases hechas que en circunstancias como estas son las que nos vienen a la mente. Pero, ¿qué son los lugares comunes sino expresiones que recogen una verdad profunda y de las que nos servimos quienes no tenemos el don divino de palabra?
Burgos fue (y será siempre) uno de nuestros poetas mayores. La poesía no es, como el deporte o como la música pop, susceptible de ser jerarquizada a través de competencias o de la votación de las mayorías. Como crítico creo firmemente que hay juicios literarios que pueden ser sostenidos con total objetividad. Pero en este momento solo me interesa el juicio subjetivo y, por qué no, arbitrario, del espíritu. Para mi, Burgos es el más grande poeta que ha dado Venezuela en las últimas décadas. Muchos no estarán de acuerdo, tal vez porque no leerán la oración completa. Digo para mí, porque la poesía adquiere su sentido y valor cuando nos abre una puerta del alma, cuando nos ayuda a ver más allá de nuestras limitaciones, cuando nos permite crear en nuestra alma con las palabras que el poeta creó en la suya. Y todo esto y mucho más ha sido para mi la poesía de Burgos. Pero si alguien busca una constatación “objetiva”, ahí está Cansancios de orilla, testimonio inigualable del poder de la palabra.
Tal vez no esté demás señalar, a la par de sus méritos de escritor y de su calidad humana, el enorme alcance de su erudición, su conocimiento de los clásicos griegos y latinos, su dominio de la lengua castellana. Creo que hay pocos ejemplos de un conocimiento tan amplio y profundo aunados a una modestia tan extrema. Tal vez esa amalgama insólita haya sido la causa del maltrato que aveces sufrió de manos de algunos poetastros de nuestra ciudad, orientados por la envidia o por la falta absoluta de comprensión de la superioridad espiritual de Burgos. Estos últimos pasarán y serán olvidados. Las Coromotanías quedarán para siempre en el alma de la población, tanto de aquellos que profesan la fe católica como de quienes admiran la belleza y la perfección cualquiera sea su visión del mundo.
Ojalá que la Universidad de Carabobo, a la que sirvió con tanta dedicación y que le negó el reconocimiento académico que merecía, ojalá que esta ciudad a la que tanto quiso y a la que rindió homenaje en muchos poemas y cuentos, ojalá que tantos escritores que aprendieron de él no solo “las primeras letras” sino el ejemplo de uno de los oficios más nobles, ojalá que todos nosotros lleguemos a comprender el privilegio que significó tenerlo cerca y la inmensidad de la pérdida que hemos sufrido.