Cuando un escritor se vuelve parte importante de nuestra vida aprendemos una generosidad que pocas veces tenemos con las personas que nos rodean. Me refiero a que si amamos sus libros podemos pasar por alto sus pequeñeces, a veces no tan pequeñas, sus estupideces o torpezas, en algunos casos su vileza. Pienso en Dostoievski, antiesemita, xenófobo y reaccionario a quien amo profundamente y a quien no me canso de releer; pienso en Celine y sus canalladas, colaborador de los nazis, y sin embargo, autor de una obra conmovedora e imprescindible. Pienso en Borges, ídolo de mi juventud y eterna víctima de mis plagios fallidos, ese Borges cuyas opiniones cavernícolas jamás oscurecieron su genio.

Hay veces, sin embargo, que el escritor admirado no necesita de una generosidad excepcional que aplaque sus taras sino que su persona misma, como su obra, nos es querida y admirada; entonces uno siente que aunque de manera vicaria y abstracta participa de una herencia, de una comunidad espiritual, siente lo que cuando lo referimos a los seres cercanos denominamos amistad. Es el caso para mi de Juan Goytisolo, reciente ganador del Cervantes. Su autobiografía (Coto Cerrado, Reinos de Taifas) es un texto ejemplar y valioso para entender nuestro tiempo y en cierta manera, a nosotros mismos. Su obra periodística (la que conozco de El País) es siempre grata y atinada; sus novelas, que no he leído en su totalidad, inolvidables, divertidas, en algunos casos geniales. Ojalá sea mejor conocido entre nosotros.
1417272797_374082_1417273019_noticia_normalFoto: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/29/actualidad/1417272797_374082.html

Deja un comentario